Fue entonces que nos miramos con media sonrisa en la cara y decidimos, sin decirnos nada, pero adivinándolo
todo, salir corriendo a toda velocidad.
Segundos después, cuando nos
alcanzamos en velocidad, fué que vos me agarraste de la mano y entonces
saltamos, los dos al mismo tiempo, los dos al mismo lugar, para rebotar una,
dos, tres, cuatro y cinco veces. Debo admitir que los colores se me mezclaban y
no podía parar de reír, aunque por momentos me quedaba sin aire.
Nos miramos otra vez y de repente
decidimos volver, entonces el piso nos recibió para devolvernos a la normalidad
luego de un momento de pura diversión. Lo cierto es que al dar mis primeros
pasos no pude más que frenarme y levantar la cabeza lentamente para, después de
tanto tiempo, descubrir a Diego que, detrás de una columna de cemento, me
miraba sorprendido.
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