Era al momento de tocar tu espalda en que todo se reiniciaba. Me divertía escuchar el ruido de los trenes por la mañana y me gustaba pensar que semejantes máquinas iban contentas de llevar a esa buena gente a sus destinos cotidianos.
Mantenías una función extraña en mí, logrando que el chicle no sea del todo pegajoso mezclando una sensación de interés siniestro con indiferencia hiriente. No dejabas que la retórica me gane y me salvabas pidiéndome que me calme. Pero yo lo tenía claro, era la función poética la que nos mantenía unidos.
Dibujabas en el aire, armando y desarmando animales raros minuto a minuto. Yo buscaba señales de dirección obligatoria, mientras me detenía para verte con asombro explorar tu condición humana para que te dejara la puerta abierta que te permita escuchar el sonido agudo de mis pies y que todo vuelva a empezar.
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