Fue mientras Diego me contaba la historia de algún tipo que había conocido que para luchar contra su extraña obsesión por ver la calle frente a su casa vacía, gastaba millones en carteles de “prohibido estacionar” cuando no pude contener mis palabras, tuve que confesarle que después de tanto tiempo de andar juntos para todos lados hoy era el único día que no lo había esperado con impaciencia.
Diego me miró y se quedó callado. Yo quería desahogarme así que también le tuve que decir que sabía la razón para la falta de ese sentimiento. Penny, siempre Penny, ella había vuelto, la había visto acostada a mi lado en una reposera color blanco. Yo sabía que mi discurso lastimaba pero no podía guardar nada, le confesé también que si bien de esto hacia unos días, no podía olvidar lo salado de su beso en mi mejilla. Sí, quería irremediablemente volver con ella.
Agitada, por lo veloz de mi confesión, por fin mi silencio le cedió la palabra. Diego dijo que no era posible volver con ella, que yo había reencarnado, siendo lo que siempre había querido ser, que después de ese tipo de muerte ya no se es inocente y ya no hay lugar para maldades sin sentido, por que ahora ellas encuentran una explicación, son premeditadas y a conciencia, siendo de lo mas certeras en el dolor que causan. Asentí. Diego siempre tiene la razón.
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