El laberinto.-

Creo que fue un día en el que Diego y yo caminábamos por laberintos hechos de cartas de póquer (solo de corazones y tréboles) cuando le pregunte por sus silencios, si es que en esos momentos pensaba en algo y no podía interrumpirlo o si eran por que me estaba ignorando, a pesar de estar a mi lado la mayor parte del tiempo.
Me dijo, con su frialdad habitual, que yo lo construí así, a lo que yo le respondí que por ahí tenía razón, había intentado simplemente hacerlo lo mas diferente posible a Penny. En ese momento, al nombrarla volví a sentir un vacío enorme y se lo confesé, la extrañaba horrores. A toda su persona, a toda esa maldad junta, a ese deseo de autodestrucción hasta en el los mas mínimo de los detalles, a su voz continua detrás de mi oído y a las risas cómplices.
Diego se freno. Me dijo que no mienta, me dijo que yo sabía que todo eso ahora me era propio que vivía utilizándolo y riendo, que era consiente de ese, el gran legado de Penny. Asentí. Diego siempre tiene razón.

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