Épocas siniestras / Seis


Corriendo para la derecha y después para la izquierda, siempre te dio gracia andar por las veredas mirando si algo había olvidado alguien en el piso. Te divertías mucho con eso.Yo me sentaba al ladito de la pileta y pensaba textos, te los recitaba, vos los escribías, decías que eran incoherencias y que eso no era literatura, que esos párrafos no eran más que descripciones de dibujos que se me aparecían en la mente.
Yo te explicaba que era un estilo nuevo, una nueva retórica que me había inventado para sacarle provecho a los extraños animales salvajes que habitaban en mí.Vos me decías que al público lector no le importaría saber sobre ellos. Que tan solo eran animales extraños, que los ignore.Yo te decía que no escribía para un oligarca público de narices aplastadas de lectores.
Vos me decías que eso era un contrasentido (adorábamos en conjunto esa palabra) que los escritores comían de los libros que vendían y que con esos textos cada día me alejaba más de la Feria del Libro en cualquiera de sus ediciones.
Ese era el momento en que yo recordaba que de chica vivía robando papel para comerlo en secreto (con un poco de sal) me imaginaba comiendo mis publicaciones y de repente había resuelto el dilema en mi cabeza, acto seguido me reía.
Vos te enojabas de mi risa, este era un tema serio para vos. Te ibas adentro. Enojado.Y yo que de manera irrespetuosa me seguía riendo, me imaginaba con un gran elefante naranja (que en su cuello colgaba una hermosa servilleta celeste) cenando libros con queso.

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